Me hace pensar en algo que no soy yo, y a la vez no me deja olvidarme, porque cada vez que le muevo su camita a donde da el sol, le pongo comida, la saco a pasear, la subo a mi cama, le pongo abrigo, le quito el abrigo, le sirvo agua o le guardo pedacitos de manzana, tengo que salirme de esa nada tan espesa que a veces me absorbe y medio me hace olvidarme.
Muchas veces estoy dormida, envuelta en nada, con frío y con fiebre, con los brazos torcidos y un dolor de cabeza medio olvidado en sueños que tienen más personajes de lo normal: gente que ya había olvidado, gente en la que no pienso mucho, gente que no existe, gente que no es quien debería ser y gente que no es gente. Siento mucho por esas personas, me apasiono con ellas para bien y para mal. Y en situaciones completamente absurdas siento y vivo un montón de cosas fuertes. Me enamoro muy seguido, escapo de un derrumbe en un terremoto, aprendo a salvar a alguien pegándole en el pecho, lloro a los que se mueren, me congelo frente a una ola gigante también congelada, me peleo con todo mundo, el espejo me cambia por otra (y hasta por otro), se me traban las rodillas, encuentro fantasmas en los baños públicos y se me caen los dientes.
La mayoría son pesadillas, o algo que así se siente mientras lo sueño. Pero nunca quiero despertar, y cuando empiezo a entender que estoy soñando y que me esperan tantas cosas que hacer que no son nada, me regreso al sueño, como diciéndome a mi misma que todavía no acaba la historia. Cada diez minutos se renueva el sueño. El snooze es para la vigilia. Espera, espera poquito, realidad. Retrásate lo más que puedas, ¿qué ganas con tenerme contigo?, avanza lento y confunde tu paso con el de un anciano. Haz que se caiga para que sea más lento. Yo lo ayudo, llego a él y le digo que es mejor el piso, que se concentre en agarrarle gusto. Si no lo entiende solo, yo puedo presionarlo contra el asfalto para que se derrita poquito. Puedo hacerlo una babosa, puedo meterlo completo a un vaso y sorberlo fuerte fuerte fuerte, incluso por la nariz y con popote. Si vomito no va a oler feo y si huele feo no va a ser en tu mundo, ¿qué más te da, realidad? Aún así tienes que sonar de nuevo, despliegas un letrero de misión o no sé qué, lo leo y mi misión es desactivarte sin salir del sueño, lo logro no sé ni cómo y hay veces que me aplauden por eso. Tú sigues insistiendo y yo puedo seguirte rechazando por varias horas más, con o sin ejército de enanos.
Con los brazos torcidos y presionándome el pecho, la espalda chueca, la mandíbula apretada y el cuerpo, todo, pesado como esa nada que lo envuelve, no puedo despertar. No encuentro en ese limbo entre soñar y no soñar alguna razón para sólo no soñar. Y mientras me hundo en otro sinsentido, escucho las patitas de Nina que viene hacia la cama, luego sus garritas rascando la base de la cama, me imagino sus ojitos negros que ya no brillan tanto, la orejas como antenas, la colita tratando de volar. Y despierto, la subo a la cama y se estira sobre mí. ¿Por qué está tan contenta? ¿Por qué no se pregunta nada? ¿Por qué no le da miedo saber que ella es ella misma? ¿Y por qué me quiere tanto? No hay razón para nada de eso, su vida, lo que siente y lo que me hace sentir son tan absurdos como los sueños, así de grandes y así de chicos. Y esa mini existencia enojona, latosa, que ronca y que tiene mal aliento me hace tan feliz que la prefiero que cualquier historia que me cuente dormida. La rasco mientras se estira sobre mi panza, le digo que la quiero y sé que vale la pena despertar y seguir viendo cómo se hace viejita.
Muchas veces estoy dormida, envuelta en nada, con frío y con fiebre, con los brazos torcidos y un dolor de cabeza medio olvidado en sueños que tienen más personajes de lo normal: gente que ya había olvidado, gente en la que no pienso mucho, gente que no existe, gente que no es quien debería ser y gente que no es gente. Siento mucho por esas personas, me apasiono con ellas para bien y para mal. Y en situaciones completamente absurdas siento y vivo un montón de cosas fuertes. Me enamoro muy seguido, escapo de un derrumbe en un terremoto, aprendo a salvar a alguien pegándole en el pecho, lloro a los que se mueren, me congelo frente a una ola gigante también congelada, me peleo con todo mundo, el espejo me cambia por otra (y hasta por otro), se me traban las rodillas, encuentro fantasmas en los baños públicos y se me caen los dientes.
La mayoría son pesadillas, o algo que así se siente mientras lo sueño. Pero nunca quiero despertar, y cuando empiezo a entender que estoy soñando y que me esperan tantas cosas que hacer que no son nada, me regreso al sueño, como diciéndome a mi misma que todavía no acaba la historia. Cada diez minutos se renueva el sueño. El snooze es para la vigilia. Espera, espera poquito, realidad. Retrásate lo más que puedas, ¿qué ganas con tenerme contigo?, avanza lento y confunde tu paso con el de un anciano. Haz que se caiga para que sea más lento. Yo lo ayudo, llego a él y le digo que es mejor el piso, que se concentre en agarrarle gusto. Si no lo entiende solo, yo puedo presionarlo contra el asfalto para que se derrita poquito. Puedo hacerlo una babosa, puedo meterlo completo a un vaso y sorberlo fuerte fuerte fuerte, incluso por la nariz y con popote. Si vomito no va a oler feo y si huele feo no va a ser en tu mundo, ¿qué más te da, realidad? Aún así tienes que sonar de nuevo, despliegas un letrero de misión o no sé qué, lo leo y mi misión es desactivarte sin salir del sueño, lo logro no sé ni cómo y hay veces que me aplauden por eso. Tú sigues insistiendo y yo puedo seguirte rechazando por varias horas más, con o sin ejército de enanos.
Con los brazos torcidos y presionándome el pecho, la espalda chueca, la mandíbula apretada y el cuerpo, todo, pesado como esa nada que lo envuelve, no puedo despertar. No encuentro en ese limbo entre soñar y no soñar alguna razón para sólo no soñar. Y mientras me hundo en otro sinsentido, escucho las patitas de Nina que viene hacia la cama, luego sus garritas rascando la base de la cama, me imagino sus ojitos negros que ya no brillan tanto, la orejas como antenas, la colita tratando de volar. Y despierto, la subo a la cama y se estira sobre mí. ¿Por qué está tan contenta? ¿Por qué no se pregunta nada? ¿Por qué no le da miedo saber que ella es ella misma? ¿Y por qué me quiere tanto? No hay razón para nada de eso, su vida, lo que siente y lo que me hace sentir son tan absurdos como los sueños, así de grandes y así de chicos. Y esa mini existencia enojona, latosa, que ronca y que tiene mal aliento me hace tan feliz que la prefiero que cualquier historia que me cuente dormida. La rasco mientras se estira sobre mi panza, le digo que la quiero y sé que vale la pena despertar y seguir viendo cómo se hace viejita.